De Médicos y Curanderos

De Médicos y Curanderos

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En estos tiempos donde la Medicina científica lucha contra nuevos desafíos y  desde el empirismo se realizan propuestas variopintas,  dejamos estas páginas  publicadas en la Revista Folklore.

La primera nota la encontramos en el Nº 286 (Octubre de 1978) y  la llamaron “ De Médicos, Curanderos, Charlatanes y “Milagreros”. Es un  contrapunto relacionado con la Medicina Tradicional y sus alternativas,  entre  Haydeé M. Jofre Barroso, escritora, periodista y ensayista y el Reumatólogo Samuel Tarnopolsky ,

Los entrevistados parecen mantener diferentes visiones acerca  de las prácticas curativas aunque justo en el final , Sergio Tarnopolsky que defiende la visión ortodoxa de la Medicina , reconoce que él mismo es un mal paciente pues tarda en consultar sobre alguna dolencia personal, se automedica y no cumple disciplinadamente las indicaciones de sus colegas en caso de consultarlos, todo ello confirmado fehacientemente por Haydeé M. Jofre de Barroso que resultó ser su esposa.

En Folklore Nº 287 (Noviembre de 1978) Alma García es la responsable de entrevistar a otro matrimonio de científicos : la historiadora y Doctora en Ciencias,  Heloisa Helena Primavera y al neurocirujano Armando José Basso.  Bajo el titulo ¿La medicina retorna a las raíces primitivas? , los entrevistados dan su visión  sobre los métodos curativos de las antiguas civilizaciones afirmándose que en varias  formulas químicas actuales  están los mismos principios que usaban los indígenas.

Alma García en su nota incluye un poema del entrerriano Marcelino Román, sobre algunos recursos de la “Medicina Popular”

 

Don Atahualpa Yupanqui nos cuenta en su serie “La Tierra hechizada” incluida en la nota del día 14/6/2018, la historia de Don Pancho Ormeño , afamado yuyero riojano quien al parecer , conocía las propiedades de muchas hierbas , recuperadas de las medicinas tradicionales de América y de otros  varios lugares del mundo .

Transcribimos ese artículo para su mejor lectura.

El Yuyero Riojano

Si hay en nuestra tierra una comarca que se ha dado las más altas bendiciones, esa comarca se llama La Rioja. Mi tierra es paisaje bíblico”, decía el cura Carlos Vera Vallejo, hace años. Y tenía razón. Porque los desatados vientos del Famatina, terror de víajeros, de buscadores de oro, suelen amainar un  tiempo, al final del verano, y la montaña junta sus muros azules, lavados con las mejores brumas de albas, y sus pajonales cobran un tono dorado, no si una blanda placidez los invadiera. Porque las lomas del Velazco ostentan, en la media cuesta, una suerte de nubecitas blancas, como si fueran mensajes que alguna vez habrán de descifrar los poetas en sus coplas ejemplares y sencillas. Porque la Cuesta de Huaco va dejando atrás su paisaje de azahares y naranjos para aventurar su destino hacia las soledosas lejanías de la costa. Porque los llanos, como un árbol cargado de viejas glorias, están quietos, dormidos, juntos a los terrones que bordean las acequias, entre chañares y bréales y centenarios algarrobos. Porque las majadas vuelven al redil con la luz de la tarde que lentamente busca los huaicos de la sierra en el poniente. Porque los hombres transitan en los surcos, en el monte, en los caminos, y usan la misma voz antigua que la castellanía sembrara hace cuatrocientos años sobre una tierra de indios labradores que amaban al sol, al maíz, a los dioses andinos, a la estrella que fijaba misterios sobre la noche musical de los diaguitas, despertando quién sabe qué mundos de salmos y bondades.

Sí.La Rioja es un paisaje bíblico, que se ha ganado las más altas bendiciones.

“En la banda del Bermejo

yo vivo feliz.

Y en mi campito riojano

madura el maíz.”

 

“Buscando felicidades

muchos se alejan de aquí.

 Yo, sin dejar estos pagos,

 las dichas vienen a mí…”

Esa Cuesta de Miranda, tan cantada por los trovadores lugareños, tan disparada por los corredores de autos, tan rezada por los hombres del ayer, los que tenían que pechar la altura y rigurosos inviernos y que dejaban junto a las apachetas su plegaria, su fleco de poncho, su tabaquito. Esa Cuesta de Miranda que se levanta como un sacrificio para mostrar las linduras del Oeste riojano, más allá del Cerro Rajado, más allá del Infiernito, donde se extienden, serenas y laboriosas, las villas de adobe, geranio, viña, tamarindo, guitarra y tamboril. Esa Cuesta de Miranda, hace muchos años, cobijó una vida extraña, un hombre que parecía manejador de muchos misterios, aunque no había salido jamás de ese lugar en el que nació. Supe conocerlo allá por 1939, al final de una madrugada muy fría. Era un anciano, parecido a Tagore, de largas barbas blancas, enormes ojos llenos de vida y de inteligencia. Hombre menudo, con manos de artista y dulce voz. Todavía le estoy admirando el viejo poncho de vicuña que le cubría los hombros ese amanecer. Su rancho tenía una sola ventana, que daba al naciente. Y lo había construido él mismo, y a propósito. El rancho estaba enclavado en un espacio libre entre cuatro cerros pequeños, de manera tal que el primer rayo de sol que se filtraba entre las peñas daba directamente a la ventana, El lugar era conocido antiguamente como Quebrada de los Burros, pero luego se lo rebautizó como Puerto Alegre y así, seguramente, se lo debe nombrar en estos días. Está sobre el mismo tope de la Cuesta de Miranda, a dos kilómetros del camino real hacia la derecha, y en aquellos tiempos había, como única referencia, un pequeño boliche de un tal Millicay.

El anciano se llamaba don Pancho Ormeño. ¿Cuál era su misterio? Pues, que este riojano, sin haber salido jamás de su Rioja, conocía todos los yuyos y hierbas del mundo, las propiedades curativas, los buenos y malos efectos. Nada ignoraba el hombre en materia de hierbas, y era sorprendente su colosal erudición. Gente de ciencia, del país y extranjeras, gentes especializadas, salían asombradas de este saber sin vueltas de don Ormeño. Todo el caudal yuyero de la India, del Tibet, de Japón, Malasia, Australia, de Europa Central, de Centro América, amén de toda hierba india de nuestro continente, estaba perfectamente clasificada en la despensa mental de este riojano tan parecido a Tagore, y que cuando hablaba lo hacía luego de haber mirado al interlocutor largamente, y extraía las palabras del fondo de un silencio investido de gran dignidad paisana. Era solemne sin solemnidad.

Todavía ha de abundar gente que recuerda a don Pancho Ormeño con gratitud, con admiración, y muchos, con veneración.

Algún par de veces, don Ormeño tuvo que aparecer por la ciudad, con su alforja de yuyos y un par de milicos al costado, y declarar ante jueces, acusado de ejercer iegalmente la medicina. Y siempre salió airoso, pues don Pancho no recetaba, sino que aconsejaba consultar con el médico acerca de “si sería bueno tal yuyo, o tal otro”. Seguramente tenía el don de la psicometría, además de otros, pues señalaba los males físicos sin vacilar, y agregaba: “Para esto, lo mejor seria tal cosa ..,”, y nombraba sus yuyos.

Un caso que aún se recuerda en La Rioja le ocurrió a don Ormeño en 1941. Llevado ante la Justícia, se defendió diciendo: “Yo no receto. Conozco los yuyos que curan, y los nombro. Pero si no quieren creer…”

Lo pusieron a prueba. El hombre sacó de su alforja dos ataditos pequeños, de un hierbita seca. Extendió uno al juez diciéndole: “Si hace un té de este yuyo, y alguien lo toma, ese alguien tendrá una hemorragia nasal, y con nada se curará, a no ser con este otro yuyito…”

Se hizo el té, y lo bebió un escribiente del Juzgado. Al momento comenzó a sangrar de la nariz el muchacho, y no hubo hielo en la nuca, ni una llave atravesada tras la oreja, ni un susto, capaces de parar la hemorragia. Entonces don Pancho hizo hacer otro té con otro yuyo, y al instante se detuvo la sangría. La oficina estaba llena de gente que se asombraba perdonando al viejo yuyero, que se mantenía sereno, sin darle importancia a su hacer.

El juez preguntó el nombre de tales yuyos milagreros- Don Pancho, levantando cada atadito de hierba, señaló: “Este, que hace sangrar, se llama ‘Jode-chango’. Y este otro, se llama… “Jode-juez.”

Y don Pancho se tuvo que aguantar una semana de calabozo por insolente.

Lo conocí, como antes dije, al final de una madrugada, precisamente cuando el primer rayo de sol se filtraba por la ventanita de su rancho. Porque don Pancho Ormeño solamente conversaba con sus visitas a esa hora. Pasadas las siete de la mañana, ya no hablaba más con nadie. Así que para saludarlo y charlar con él un rato, hube de salir de Chilecito a las cuatro de la mañana, y esperar entre los chañares de la Quebrada de los Burros a que amaneciera. La madrugada había almacenado todas sus nieblas entre los cerros, y los viejos puyos riojanos se tornaban pesados y húmedos en la espalda de los viajeros. Pero valía la pena, pues de pronto el alba vencía las sombras, y poco a poco la niebla jugaba una rara suerte de cortinas en fuga por entre los árboles, sobre la jarilla, o lamiendo los barrancones bermejos de la Cuesta de Miranda.

 

Don Atahualpa también escribió un sencillo tema que llamó “El vendedor de yuyos” que podemos escuchar por gentileza de su lugar oficial .

https://www.youtube.com/watch?v=z6GBK9vgs7A

Y para finalizar debemos recordar que Omar Moreno Palacio en su disco Provincia de Buenos Aires , incluye además de varios de sus primeros temas y algunos cuentos de Wimpi,  la poesía ” El curandero” del uruguayo Guillermo Cuadri (Minas 1884-1953) y que firmaba sus poemas con el  pseudónimo de “Santos Garrido”.

Podemos escucharlo como un homenaje a la sabiduría de la Medicina Popular .

Hasta el lunes que viene